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Cuando la fe se cruza con la política: riesgos para la estabilidad de Honduras ¿un plan macabro?

  • Foto del escritor: Ricardo I. Zapata
    Ricardo I. Zapata
  • 4 ago
  • 1 Min. de lectura
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Sala de redacción. En las últimas semanas, la postura pública de algunas organizaciones religiosas ha generado un debate nacional sobre los límites entre la fe y la política. Aunque la Asociación de Iglesias Evangélicas Centroamericanas de Honduras (ASIECAH) decidió desmarcarse de la reciente manifestación convocada por otras iglesias, el episodio abre una interrogante mayor: ¿qué ocurre cuando líderes espirituales parecen involucrarse en agendas que terminan afectando la estabilidad del país?


Históricamente, las iglesias han desempeñado un papel social y moral, pero cuando sus mensajes o acciones adquieren matices políticos, se corre el riesgo de convertir los púlpitos en plataformas de confrontación. La convocatoria a manifestaciones públicas puede, voluntaria o involuntariamente, convertirse en un catalizador de tensiones sociales, sobre todo en un momento donde la polarización política ya es evidente.


El verdadero dilema no es si un pastor tiene derecho a expresar su opinión —pues la libertad de expresión es un derecho fundamental—, sino si sus declaraciones o silencios estratégicos terminan siendo funcionales a proyectos políticos que buscan agitar la calle o socavar la gobernabilidad. La historia latinoamericana muestra numerosos ejemplos donde la instrumentalización de la religión con fines partidarios terminó erosionando la paz social.


Honduras necesita que sus liderazgos espirituales refuercen la unidad y la esperanza, no que sean percibidos como piezas en un tablero de ajedrez político. La línea entre la predicación y la manipulación es tan delgada que, si se cruza, la fe corre el riesgo de perder su propósito y convertirse en un factor más de inestabilidad.

 
 
 

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